Varios miles de millones de personas cada día desechan plásticos a la basura doméstica, a través de la orina excretan los residuos de medicamentos que ingieren, incluso drogas de abuso; las industrias vierten sus efluentes a las aguas, no siempre con debido tratamiento; los criadores de animales y los agricultores utilizan sustancias para la protección de animales y plantas y contaminan ríos y cursos de agua… Bueno, podría decirse que son liberados al ambiente en pequeñas cantidades. Pero con el pasar del tiempo se van incorporando nuevas sustancias. Y además se dispersan, de hecho ya se los puede hallar hasta en las aguas antárticas. Son los denominados contaminantes emergentes, una variedad inusitada de compuestos químicos producto de las actividades humanas que hasta hace poco no se sabía de su existencia en cursos de agua y en otros recursos naturales. ¿Cómo afectan al ambiente y la salud humana? ¿Nos enferman? ¿Qué podemos hacer para evitarlos o reducir su presencia? ¿Con qué estrategias cuenta la ciencia y la tecnología para eliminarlos?
La presencia de contaminantes en el medio ambiente ha ido aumentando de forma exponencial a partir de la revolución industrial, por lo que numerosos organismos, públicos y privados señalan su preocupación por sus posibles efectos adversos en la salud humana y en el ambiente. Así, por ejemplo los ciudadanos no ignoran que las grandes industrias son generadoras de sustancias químicas potencialmente peligrosas, pero muchas veces desconocen que los productos de uso personal y doméstico habituales, también son agentes contaminantes.
Los llamados contaminantes emergentes (CE) han podido ser detectados gracias al advenimiento de instrumental de alta especificidad y sensibilidad, que permite su identificación y cuantificación aun en pequeñísimas concentraciones. “Se trata de muy variado tipo de sustancias, ya conocidas, cuya presencia en el ambiente no es necesariamente nueva y cuyas formulaciones químicas o las interacciones con otras sustancias o compuestos pueden provocar daños sobre el ambiente y/o la salud humana, que antes no se habían tenido en cuenta”, explica la doctora Edda Villaamil Lepori, profesora consulta de la cátedra de Toxicología y Química Legal de la Facultad de Farmacia y Bioquímica, UBA.
“A partir de 1990 comenzaron a ser detectadas y cada vez fueron apareciendo en mayor variedad y algunas de ellas en concentraciones crecientes”, continúa. A lo que agrega: “Podemos hallarlos en las aguas, el aire y el suelo. Pero, es en el agua donde generan mayor preocupación, dado que su vertido puede suponer un problema sanitario y ambiental que aún no está lo suficientemente investigado ni regulado”. La hipótesis es que se desconoce si podrían generar enfermedades en la población y en el ecosistema, lo que hace perentorio que sean objeto de evaluación, de reducción y control.
¿Qué contaminantes se pueden encontrar en aguas?
Elementos químicos como los metales pesados o compuestos orgánicos como los medicamentos de uso humano y veterinario. Por ejemplo, se han hallado en aguas superficiales y subterráneas, hormonas, antibióticos, analgésicos, medicamentos oncológicos, reguladores de lípidos, antiinflamatorios, betabloqueantes, cardiotónicos, psicofármacos. También se encontraron en aguas sustancias de contraste que se utilizan en estudios de diagnóstico y, con el creciente consumo de drogas ilegales, estas sustancias y sus metabolitos.
Además, se han encontrado en el ambiente sustancias orgánicas potencialmente peligrosas, principalmente productos de las actividades antropogénicas, por ejemplo, policlorobifenilos (PCBs), plaguicidas, compuestos disruptores endócrinos, carcinógenos, compuestos orgánicos volátiles, bisfenol A, entre muchos otros. Pero, debe considerarse también que muchos de los CE son de uso cotidiano y se encuentran en cualquier hogar: filtros solares, repelentes de insectos, plastificantes, pinturas para edificios y compuestos utilizados en la industria textil, edulcorantes artificiales, cosméticos, aditivos de gasolinas, antisépticos y también estimulantes, como la cafeína, presentes en el café, el té y el mate.
Como ilustración de la magnitud y la universalidad de la presencia de estos contaminantes, ya se los ha detectado hasta en las aguas antárticas, con lo que podrían incluso afectar la conservación de la biodiversidad también de ese continente. “En 2017, se publicó el primer estudio que informa la presencia de CE en la Antártida. En sus aguas se han hallado concentraciones similares que las obtenidas en otras aguas continentales. Las más altas concentraciones encontradas fueron de retardadores de llama organofosforados y alquilfenoles”, señala Villaamil. A lo que agrega: “Dieciséis fármacos y drogas recreativas se encontraron en concentraciones entre nanogramos por litro y microgramos por litro. Analgésicos como el paracetamol, el diclofenac y el ibuprofeno fueron los fármacos hallados con mayor frecuencia en el ecosistema antártico”.
Otros tipos de CE en aguas que generan preocupación son los nanomateriales, que podrían generar efectos dañinos en invertebrados y peces, que les provocan alteraciones en el comportamiento, la reproducción y el desarrollo. Son partículas menores a 100 nanómetros (1 nanómetro equivale a 1 millonésima parte de un milímetro).
Igualmente son relevantes las altas concentraciones de microplásticos en aguas marinas, de amplia distribución en todo el mundo. Estos microplásticos son pequeñas partículas de menos de 5 mm de diámetro. Pueden ser primarias, es decir producidas de origen en esa dimensión, destinadas a distintas aplicaciones industriales; o secundarias, cuando derivan de la degradación de fragmentos mayores, como es el caso de las bolsas plásticas “biodegradables”.
Poco se sabe de los efectos de estos contaminantes a muy bajas concentraciones en la salud humana. Sus efectos no siempre son inmediatos, sino que pueden surgir en el mediano o largo plazo, con lo que se requieren investigaciones y monitoreos periódicos para verificar su incidencia y sus posibles efectos perjudiciales para el ecosistema global.
Las concentraciones máximas de estos contaminantes emergentes en la mayor parte de los países no están reguladas. Aún se desconoce cuáles serían las concentraciones a las que se podría observar un efecto no deseado, ya sea en el hombre o en alguna especie del ecosistema. A esto hay que sumarle que es raro encontrar una sola sustancia, que siempre se trata de mezclas de sustancias diferentes, de productos de interacciones de estas sustancias, de sus metabolitos, de productos de degradación por factores ambientales, etc. Por lo mencionado anteriormente se deduce la complejidad del tema y las dificultades existentes para establecer o recomendar concentraciones máximas. Por ahora, solo se han propuesto listados de sustancias en aguas,con diferentes niveles de preocupación.
“Es importante lograr, entonces, que los ciudadanos tomen conciencia del problema y se implementen estrategias para reducir los niveles de desechos de contaminantes emergentes al medio ambiente y prevenir así posibles efectos indeseables en la salud”, concluye Villaamil.
Gabriela Ferretti es médica neuróloga y legista.
Se formó como periodista médica en la Sociedad de Periodismo Médico de la Asociación Médica Argentina.
Zulema Torres es médica anestesióloga, hemoterapeuta y emergentóloga.
Se formó como periodista médica en la Sociedad de Periodismo Médico de la Asociación Médica Argentina y en divulgación científica en el Curso de Divulgación de la Facultad de Farmacia y Bioquímica.
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