Los humedales son ecosistemas inundables altamente productivos y diversos que nos proveen agua y numerosos bienes y servicios. Sin embargo, actualmente los seguimos alterando significativamente, potenciando los efectos negativos del cambio climático. ¿Qué debemos cambiar en forma urgente si queremos contribuir a su conservación?
¿Qué está pasando con nuestros humedales?
Pese a que los humedales de origen fluvial, como los que constituyen el valle aluvial del Río Paraná, se encuentran entre los ecosistemas más productivos y diversos del mundo, visiones pasadas (asociadas a su naturaleza inundable) y fuertes intereses particulares, siguen contribuyendo a su significativa alteración y/o destrucción. Un claro ejemplo es el de la Ley de “Presupuestos Mínimos”, que busca asegurar su preservación, uso sustentable y restauración desde 2012. Si bien cada vez somos más quienes reclamamos su promulgación, si no es tratada por nuestros diputados antes de fin de 2021 perderá estado parlamentario… por tercera vez.
Además de brindarnos algo tan básico como el agua, los humedales nos proveen un sinnúmero de bienes y servicios naturales que mantienen y mejoran la calidad de vida de los que vivimos en o cerca de ellos. Por eso, necesitamos entender mejor cómo se componen, estructuran y funcionan, conocer su estado de situación y, revalorizando el papel fundamental que cumplen en nuestras vidas, actuar en consecuencia. Sobre todo, cuando en estos tiempos, a los efectos negativos de nuestros malos manejos, se les suman los que hemos generado históricamente, traducidos en una mayor frecuencia de eventos extremos resultantes del “cambio climático”. Sucesos que, como las extraordinarias sequía y bajante de nuestro río Paraná (que venimos experimentando desde hace dos años), no pueden “sorprendernos” más y no debemos magnificar con nuestras intervenciones. Sin embargo… lo seguimos haciendo, ya sea a través de grandes incendios que, ininterrumpidamente, seguimos provocando, desde inicios de 2020, particularmente en el Delta del Paraná. O bien, generando conflictos con la fauna autóctona, al construir mega emprendimientos inmobiliarios que afectan marcadamente el normal funcionamiento ecológico de los bajíos ribereños adyacentes.
Para evitarlos, debemos saber que el valle aluvial del Paraná es un macrosistema ecológico complejo por su particular heterogeneidad espacial y temporal. Sus humedales normalmente experimentan períodos de aguas altas y bajas todos los años. Sin embargo, gracias a esos pulsos de inundación (que varían en altura, frecuencia, estacionalidad y duración) ingresan y se distribuyen sedimentos, nutrientes, semillas y propágulos de plantas, larvas y otros estadíos de distintas especies animales, que determinan su elevada productividad biótica. Esa distribución diferencial del agua (en el espacio y el tiempo), hace que, continuamente, se genere una gran variedad de hábitats que son ocupados por un elevado número de especies de hábitos diversos, que no podrían coexistir de no mantenerse ese régimen hidrológico.
Además, el efecto moderador de las grandes masas de agua de ríos y humedales, reduce las diferencias térmicas entre el día y la noche y los inviernos y veranos, generando condiciones más benignas para la vida. A su vez, su particular ubicación, en la porción terminal de la Cuenca del Plata, permite (a través de las grandes vías fluviales que funcionan como corredores naturales), el ingreso e instalación de especies vegetales y animales propias de zonas subtropicales y templadas, que, al convivir, generan una biodiversidad única a nivel mundial.
Todo esto determina también que, desde nuestras comunidades originarias, gran parte de los habitantes del país vivamos a la vera del macrosistema de humedales del Paraná-Plata, utilizando el agua dulce y los numerosos bienes y servicios que derivan de rasgos ecológicos como los mencionados. El problema es que, sobre todo en las últimas décadas (en las que accedimos a herramientas tecnológicas que aumentaron notablemente nuestra capacidad transformadora), hemos alterado significativamente nuestros humedales, endicándolos, canalizándolos, drenándolos y volcando en ellos grandes cantidades de residuos sólidos y líquidos.
También, seguimos desmontando grandes proporciones de su vegetación nativa para reemplazarlas por sistemas agropecuarios intensivos poco diversificados, emprendimientos mineros e inmobiliarios y/o megainfraestructuras portuarias e industriales que transforman, muchas veces definitivamente, su geomorfología y biota originales. Situaciones todas ellas que afectan de modo sustancial su diversidad, integridad, salud y resiliencia natural. Es decir, alteramos la sustentabilidad de nuestros humedales tanto desde el punto de vista ecológico como sociocultural y económico-productivo.
A todo esto, lamentablemente, debemos sumarle eventos climático-hidrológicos extremos como la sequía y la bajante actual del Paraná que, según expertos locales, son las de mayor magnitud desde que contamos con registros adecuados. En ellos, indudablemente, las intervenciones humanas mencionadas, tienen efectos acumulativos y potenciadores muy importantes, por lo que resulta básico no ignorar y mucho menos magnificar las consecuencias negativas de la nueva realidad ambiental que seguiremos experimentando en los próximos años.
Grandes incendios y conflictos… con carpinchos, situaciones que no deben repetirse
Un ejemplo evidente de lo anterior es el de los grandes incendios que, desde hace muchos meses, seguimos experimentado en la región. Ocurre que, dada su elevada productividad biológica, nuestros humedales acumulan (tanto en la vegetación en pie como en el sustrato) enormes cantidades de biomasa, funcionando como importantísimos sumideros naturales de carbono. Si este almacenamiento no se diera, porque los reemplazamos o eliminamos, su cobertura (que actualmente, se halla mayormente seca) mediante grandes quemas, liberamos a la atmósfera elevadas cantidades de dióxido de carbono, contribuyendo a incrementar el “efecto invernadero” y, por lo tanto, el “calentamiento global”.
En función de la intensidad y la duración de esos fuegos, no todos los componentes vegetales se recuperan y, menos aún, si se quema la capa orgánica del suelo, condicionando su fertilidad y favoreciendo su erosión. Otro tanto ocurre con la fauna silvestre que no está adaptada a los incendios como sí lo está a la inundación. Al perturbarse dichos recursos y condiciones se afecta la salud de las poblaciones humanas, sus instalaciones y sus actividades productivas en el corto y el mediano plazo, con el agravante que, en esta oportunidad, los suelos, normalmente saturados o inundados, no lo están, al igual que los cursos de agua que, al estar secos, no pueden actuar como barreras naturales para evitar la propagación de los fuegos. Por estas razones, necesitamos que el Paraná recupere prontamente su normal dinámica hidrológica para que, a través de las aguas de sus crecientes, recicle el sistema, ayudándonos a restaurar, al menos en parte, sus componentes y condiciones originales y, por lo tanto, sus funciones y bienes naturales.
Otro ejemplo en el que, a la falta de entendimiento y valoración de nuestros humedales, se le suma el desconocimiento sobre la realidad hidroclimática, es el conflicto generado entre los vecinos de un megabarrio privado (construido hace relativamente pocos años en la porción terminal de la cuenca) y la población de carpinchos que originalmente habitaba el área. En ella, estos animales encontraban un hábitat óptimo para satisfacer sus requerimientos y, por esta razón, su población tenía números importantes que, probablemente, fluctuaban con el ingreso-egreso de individuos desde y hacia los humedales vecinos, particularmente durante los pulsos de creciente-bajante.
Sin embargo, debido a la extensa superficie ocupada por dicha urbanización, actualmente estos animales no cuentan con hábitats alternativos para instalarse fuera de ella. Si a esto le agregamos la alteración total del funcionamiento hidrológico natural y que el nuevo paisaje generado (con grandes lagunas artificiales rodeadas de alta cobertura de pastizales, que mantienen su humedad en un contexto de extrema sequía), les permite cubrir sus requisitos de vida básicos en adecuadas condiciones de tranquilidad (por no tener depredadores naturales ni humanos) es entendible que los carpinchos se instalen y aumenten en abundancia. Por ello, aun extrayendo y relocalizando un número importante de ejemplares, es altamente probable que la población vuelva a incrementarse en forma rápida siendo, por lo tanto, una situación difícil de resolver.
Los dos casos planteados, innegablemente actuales, muestran con claridad que debemos entender y revalorizar nuestros humedales y que, si queremos ocuparlos y/o realizar actividades productivas en ellos, debemos hacerlo con modalidades e intensidades adaptadas a su funcionamiento ecológico natural y no al revés. Al hacerlo, estaremos garantizando su sustentabilidad que no es otra cosa que conservar su identidad… y la nuestra.
Roberto Bó es licenciado en Ciencias Biológicas, Orientación Ecología, por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN), Universidad de Buenos Aires (UBA). Docente-investigador (dedicación exclusiva), Dto. de Ecología, Genética y Evolución (EGE) e Instituto de Ecología, Genética y Evolución (IEGEBA) – CONICET (FCEyN, UBA) y director del Grupo de Investigaciones en Ecología de Humedales (GIEH), Dto. EGE e IEGEBA-CONICET (FCEyN, UBA).
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