Durante la primera mitad del siglo XVIII, un astrónomo santafecino, el jesuita Buenaventura Suárez, efectuó desde la selva misionera observaciones astronómicas que fueron apreciadas y utilizadas por sus colegas europeos. Suárez escribió un calendario lunar muy difundido en su época, observó eclipses, cometas y los satélites de Júpiter, y utilizó sus datos para calcular con precisión las coordenadas de las misiones. Suyas fueron las primeras comunicaciones científicas efectuadas desde nuestro territorio a una publicación científica de gran prestigio. Por ello podemos considerar a Suárez como el primer científico criollo.
La segunda mitad del siglo XVIII fue un gran período para las ciencias en el continente europeo. Mientras que científicos como Joseph Louis Lagrange (1736-1813) y Fierre Simón de Laplace (1749-1827) en París, William Herschel (1738-1822) en Londres y Karl E Gauss (1777-1855) en Góttingen ensanchaban cada vez más los límites de las ciencias exactas y la cosmología, un anónimo ejército de observadores se daba a la paciente tarea de recolección de datos astronómicos. De manera simultánea y con el impulso de la sostenida expansión imperial de Europa, los naturalistas viajeros de las grandes potencias completaban el inventario de las especies naturales en las cuatro esquinas del planeta. En el Río de la Plata, durante el período colonial, fue en las misiones jesuíticas y no en las instituciones educativas de las ciudades donde se desplegó el frente más dinámico de la actividad científica. El más destacado exponente de estos misioneros interesados en el estudio de la naturaleza fue el astrónomo Buenaventura Suárez.
Buenaventura Suárez (1679-1750) nació en la ciudad de Santa Fe y estudió en los colegios jesuíticos de su ciudad y de Córdoba. Luego de ordenarse sacerdote en 1706, trabajó en la misión de San Cosme (situada en el actual Paraguay) con intervalos de varios años pasados en otras misiones (Itapúa, San Ignacio Guazú, Santa María la Mayor).
Mapa de las misiones jesuíticas debido al Padre Antonio Machoni (1733). Tomado de Pedro Lozano, Descripción Corográfica del Gran Chaco Gualamba (Tucumán: Instituto de Antropología, 1941).
A comienzos de la década de 1740, se desempeñó en los colegios de Asunción y Corrientes y entre 1745 y su muerte volvió a las misiones. Suárez fue un astrónomo autodidacta* que construyó sus propios instrumentos —quizás ayudado por los guaraníes— tales como un cuadrante astronómico, un reloj de péndulo y varios telescopios refractores que variaban en longitud (desde 2,20m hasta 6,40m) y cuyos lentes fabricó, puliendo el cuarzo que abunda en la región. Con ellos desarrolló un programa de observación de eclipses de Sol y de Luna y otro de estudio de los satélites de Júpiter. La observación de la inmersión y emersión de los satélites se usaba en ese momento para calcular la longitud de un lugar: se computa la diferencia horaria del instante de ocultamiento de un satélite de Júpiter detrás del disco del planeta (o su aparición), registrado en el punto de observación V en un meridiano de referencia.
Reloj solar fabricado por los guaraníes de las misiones jesuíticas. Adviértase el gnomon zoomórfico en forma de víbora. Era habitual encontrar esos instrumentos en las misiones, pero en general eran de modelo europeo. Se conserva en el Museo de las Ruinas de San Ignacio Miní (Misiones, Argentina) (Foto del autor).
Los misioneros jesuitas dispersos por el mundo mantenían una eficiente red de comunicación epistolar que funcionaba en ambas direcciones: desde las regiones “exóticas” de la periferia se enviaban datos al “centro” europeo y desde Europa se recibían libros, instrumentos y asesoramiento**. Suárez envió sus datos al famoso astrónomo jesuita Nicasius Grammatici (1684-1736) y, por una complicada cadena de comunicación, estos llegaron al sueco Pehr W. Wargentin (1717-1783), quien trabajaba en el observatorio de Upsala.
En un trabajo publicado en 1748 en las Actas de la Real Academia de Ciencias de Upsala, que consiste en una tabla con datos sobre la observación de los satélites de Júpiter desde distintos puntos de la Tierra, Wargentin incluyó 43 de las observaciones de Suárez (efectuadas entre 1720 y 1726 desde San Cosme) y las calificó como “sobresalientes”.
Página del artículo del astrónomo sueco Perh Wargentin publicado en las Actas de la Real Sociedad de Ciencias de Upsala (1748), en la que se presenta una tabla con los datos de observaciones de eclipses del primer satélite de Júpiter. En la 7ª columna de cada bloque se indica el lugar de observación. “Cosm.” significa misión de San Cosme y las así marcadas fueron las observaciones efectuadas por Buenaventura Suárez.
A su vez, Suárez recibió datos sobre los satélites de Júpiter de distintos observatorios (Madrid, San Petersburgo, Pekín y otros) que le llegaron a través de Grammatici y que utilizó para calcular la latitud de San Cosme. Suárez también recibió dos telescopios de fabricación inglesa y otros instrumentos astronómicos, los cuales arribaron a Buenos Aires en 1745. Las observaciones de los eclipses lunares efectuadas con los mismos son de mejor calidad que las anteriores.
Los trabajos más significativos de Suárez son dos comunicaciones a las Philosophical Transactions of the Royal Socíety, la revista científica más importante de su época, efectuadas en 1748 y 1749-50. El primero describe observaciones de los satélites de Júpiter y de eclipses de Luna y de Sol efectuadas entre 1706 y 1730 desde varias de las misiones (cuyas longitudes respecto del meridiano de París se especifican). En el segundo trabajo se describe la progresión de dos eclipses de Luna visibles desde las misiones ocurridos en 1747.
Estos trabajos fueron comunicados a la Royal Society por Jacob de Castro Sarmentó (1691-1761), un médico judío portugués que fue uno de los introductores de Newton en su país y vivía exilado en Londres donde actuaba como rabino. Castro Sarmentó fue asimismo el autor de un breve tratado en portugués sobre la teoría newtoniana de las mareas: la Theorica verdadeira das mares (Londres, 1737), que fue traducido al español por Suárez pero, lamentablemente, el manuscrito se ha perdido.
El astrónomo santafecino también escribió el Lunario de un siglo, un almanaque lunar concluido en 1739 que fue editado en la península ibérica (Lisboa, 1748; Barcelona, 1752) y en América (Ambato [Ecuador], 1759). Esta obra, resultado de cálculos efectuados con lápiz y papel, indica las fases de la Luna para cada mes y además predice eclipses y puede ser utilizado como calendario religioso.
Tabla de Lunario de un Siglo (Lisboa, 1748) de Buenaventura Suárez correspondiente a 1773. En la página izquierda vemos el calendario eclesiástico (mitad superior) y la lista de los eclipses de ese año (mitad inferior). La página de la derecha muestra las fases de la Luna.
Suárez había preparado lunarios anuales desde 1706 y para los cálculos del suyo utilizó como guía metodológica una obra de astronomía práctica del astrónomo francés Philippe de la Hire (1640-1718). Los cálculos fueron efectuados desde las coordenadas de San Cosme, pero Suárez explica el procedimiento para que, mediante una corrección algorítmica de los datos, su obra pueda ser usada desde cualquier punto del globo.
En conclusión, el “fenómeno Suárez” revela que en ese momento los jesuitas de las misiones del Paraguay desplegaban una actividad referida al conocimiento exacto del universo de suficiente calidad como para ser recibida por la comunidad astronómica internacional.
Fuente: de Asúa, Miguel. Una gloria silenciosa. Dos siglos de ciencia en la Argentina. Episodio 1. 1ra. ed. Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2010: 19-23.
Notas
* En la necrología de Suárez de la Littera annua para la provincia de Paraguay de 1750, se afirma que “alcanzó su instrucción y con sólo su capacidad, genio y aplicación, muchas materias matemáticas”. En otras palabras, Suárez aprendió las ciencias exactas por sí mismo. Esto suena razonable, dada la breve instrucción sistemática que tuvo y que -hasta donde sabemos- no había en Córdoba mientras él estuvo allí (por lo menos entre 1695-1699) nadie que pudiera haberle enseñado astronomía al nivel que la practicó. **Los misioneros jesuitas, repartidos por todo el planeta, organizaron una eficiente red de recolección de datos geográficos, meteorológicos, geofísicos y de historia natural, que se remitían a Roma, donde eran concentrados, elaborados y difundidos por los profesores de las muchas universidades y colegios de la orden (de Asúa, 2010, op. cit.). Lo que se dice, una auténtica internet de aquellos tiempos.
Miguel de Asúa es médico y doctor en Medicina (Universidad de Buenos Aires), máster en Historia y Filosofía de la Ciencia y doctor en Historia (University of Notre Dame, EE.UU.). Fue investigador visitante de las Universidades de Harvard, Yale y Cambridge e investigador residente del Jesuit Institute de Boston College. Académico titular de la Academia Nacional de la Historia y de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires.
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