El Día Mundial del Agua es una oportunidad única para unirnos en favor del agua y acelerar juntos los avances en esta esfera, ha proclamado, para esta conmemoración de 2023, la Organización de Naciones Unidas. “Los problemas que se encuentran a lo largo del ciclo del agua —denuncia el organismo— están socavando el progreso en los principales conflictos planetarios: desde la salud hasta el hambre, desde la igualdad de género a los trabajos, pasando por la educación, la industria, los desastres naturales y la falta de paz”.
En 1992, durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo realizada en Río de Janeiro, Brasil, se propuso la instauración de este día mundial. Así, en la Asamblea General del organismo, de ese mismo año, se resolvió conmemorarlo cada 22 de marzo.
En 2015, el mundo se comprometió con el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 6 como parte de la Agenda 2030: la promesa era que todos los habitantes tendrían agua y saneamiento gestionados de forma segura para 2030. Sin embargo, según datos recientes de UNICEF, al menos 1 de cada 3 personas en el mundo no tiene fácil acceso a agua segura y disponible en sus hogares. “Al día de hoy, nos encontramos muy lejos de conseguirlo. Existe una necesidad urgente de acelerar el cambio, de ir más allá del ´sigamos como hasta ahora´”, advirtió con énfasis el organismo internacional.
Según datos recientes de UNICEF, al menos 1 de cada 3 personas en el mundo no tiene fácil acceso a agua segura y disponible en sus hogares.
Lo que se reconoce mundialmente como “la problemática del agua” está caracterizada por la desigualdad para acceder a ella, el consumo de agua contaminada y los acuciantes problemas de salud y enfermedades que acarrea, la creciente contaminación con productos químicos agrícolas, aguas residuales y efluentes industriales y el gran déficit que se registra en la provisión de servicios de saneamiento.
Sumado a ello, todo parece indicar que el cambio climático actual no hará más que exacerbar la crudeza de los eventos extremos: así las lluvias serán más violentas y repentinas, al tiempo que la desertificación también se acrecentará en las zonas extremadamente secas. Una combinación nefasta de factores ecológicos y humanos, que solo auguran un pronóstico reservado.
Dentro de este complejo panorama centraremos la atención en uno de esos problemas acuciantes: la industria es uno de los mayores contaminantes de los recursos hídricos, ya que anualmente vierte entre 300 y 500 millones de toneladas de metales pesados, solventes orgánicos, lodos tóxicos y otros residuos. Estos contaminantes convierten el agua en no potable, al tiempo que contaminan y matan los peces, que suponen una importante fuente de proteínas para gran parte de la población, en especial los más pobres. También existe el peligro de que el agua contaminada se transfiera a la cadena trófica mediante su uso en agricultura o por captación directa de las plantas o la vida animal, alerta el documento titulado “Agua e industria en la economía verde”, del Programa de ONU-Agua para la Promoción y la Comunicación en el marco del Decenio (UNW-DPAC).
“La problemática del agua” está caracterizada por desigualdad para el acceso, consumo de agua contaminada, acuciantes problemas de salud y enfermedades que acarrea, creciente contaminación con productos químicos agrícolas, aguas residuales y efluentes industriales y gran déficit en servicios de saneamiento.
Uno de los principales retos para la industria hoy es conseguir abordar de forma efectiva la explotación y la contaminación insostenible de los recursos de agua dulce en el mundo, destaca ese documento. En comparación con otros sectores, la industria utiliza relativamente poca proporción de agua a escala global: solo el 20 % de la extracción total de agua dulce. Pero, aun así, la cantidad de agua utilizada anualmente por la industria va en aumento, por lo que el sector pasará a competir cada vez con más fuerza por unos recursos hídricos limitados, esto junto a las demandas del crecimiento urbano y de la agricultura.
Más grave aún: la ONU advierte que en los países en vías de desarrollo, el 70 % de los residuos industriales se vierten a las aguas sin tratamiento alguno.
EL DAÑO ESTÁ HECHO… AHORA BIEN, CÓMO REMEDIARLO
“Una gran variedad de contaminantes persistentes y tóxicos son liberados al ambiente a través de fuentes puntuales o difusas. Los efluentes líquidos son una fuente de contaminación importante de los cursos de agua. Su vertido circunstancial o deliberado puede causar efectos adversos en los ecosistemas y constituir un riesgo para las poblaciones expuestas. Y, en particular, para los contaminantes considerados emergentes la real magnitud de este riesgo es aún objeto de investigación”, remarca la doctora Sonia Korol, profesora titular de Salud Pública e Higiene Ambiental de la Facultad de Farmacia y Bioquímica, de la Universidad de Buenos Aires. Los contaminantes emergentes se presentan en bajas concentraciones en las aguas y son difícilmente identificables y mensurables, ya que aparecen en microgramos o nanogramos por litro. Estos compuestos no están regulados en el mundo, es decir no se contempla aún su tratamiento, dado que no existen métodos aprobados para su depuración, aunque sí hay un cúmulo creciente de investigación de tratamientos orientados a su remoción.
La industria es uno de los mayores contaminantes de los recursos hídricos, anualmente vierte entre 300 y 500 millones de toneladas de metales pesados, solventes orgánicos, lodos tóxicos y otros residuos.
“El gran problema es que estos contaminantes son aportados por la actividad humana continuamente al medioambiente, es decir persisten en él porque no pueden ser biodegradados, esto es que no existen normalmente microorganismos capaces de degradarlos”, añade Korol, quien estudia estas cuestiones desde hace cuatro décadas, tanto así que su tesis doctoral versó sobre detoxificación de fenoles y clorofenoles, compuestos que se encuentran con frecuencia en los efluentes de industrias como las papeleras y las textiles.
El equipo dirigido por Korol evalúa el impacto de la liberación de compuestos tóxicos, persistentes y/o emergentes tales como plaguicidas (ácido 2,4-diclorofenoxiacético, ácido 2-metil, 4-clorofenoxiacético); compuestos aromáticos nitrogenados (cloroanilinas); colorantes azoicos, derivados del trifenilmetano y antraquinónicos; desinfectantes (cloruro de benzalconio, triclosan, clorhexidina); antibióticos (amoxicilina, cefotaxima, tobramicina, tetraciclina, cloranfenicol, ciprofloxacina, claritromicina, piperazilina-tazobactam) y otros medicamentos de uso extendido (diclofenac, ibuprofeno, naproxeno, clofibrato, carbamazepina), con el fin de determinar su concentración en los cuerpos de agua y evaluar su grado de biodegradabilidad.
Además, los investigadores argentinos estudian la capacidad degradativa o biotransformadora de un conjunto de comunidades microbianas seleccionadas, en reactores batch y continuos, tanto en medios de cultivo como en aguas contaminadas y efluentes líquidos industriales, agrícolas, hospitalarios o urbanos que contengan los mencionados compuestos.* “Nos abocamos al desarrollo de procesos de tratamiento capaces de llevar a cabo la remoción de contaminantes emergentes en sistemas continuos”, puntualiza por su parte el doctor Alfredo Gallego, profesor asociado de la misma cátedra, quien realizó su tesis doctoral bajo la dirección de Korol, consistente en el desarrollo y puesta a prueba de varios biorreactores.
Los efluentes líquidos son una fuente de contaminación importante. Su vertido circunstancial o deliberado puede causar efectos adversos en los ecosistemas y constituir un riesgo para las poblaciones expuestas. Y, para los contaminantes emergentes la real magnitud de este riesgo es aún objeto de investigación.
“Por otra parte, no solo comprobamos que los microorganismos efectivamente degraden los compuestos, sino que además determinamos si efectivamente se reduce la toxicidad mediante el empleo de bioensayos realizados con microorganismos correspondientes a distintos niveles tróficos”, aporta María Susana Fortunato, profesora adjunta de la cátedra.
“La implementación de estos estudios —remarca Korol— permitirá llevar a cabo procesos eficaces de biorrecuperación y detoxificación de efluentes líquidos y aguas contaminadas”.
Pero, como si todo esto fuera poco, además de los efluentes industriales debe considerarse el aporte de contaminantes tóxicos y persistentes provenientes de la actividad agricologanadera, como los fertilizantes, pesticidas y medicamentos utilizados en la cría de ganado; así como el vertido de efluentes cloacales y hospitalarios. En estos dos últimos casos es de interés evaluar la contaminación debida a desinfectantes, medicamentos y productos para la higiene personal, cuestiones que también son abordadas por los investigadores de la Facultad de Farmacia y Bioquímica.
Maria Susana Fortunato, Sonia Edith Korol y Alfredo Gallego
Amalia Beatriz Dellamea. Centro de Divulgación Científica y Equipo de gestión editorial de FFyB En Foco
*Nota: Ver aquí, en detalle, el desarrollo de biorreactores realizado en la Cátedra de Salud Pública e Higiene Ambiental de la FFyB.
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